lunes, 28 de julio de 2008

El Sudor


Es pasado mañana ya y aún no hemos terminado el día. Ayer, es decir, hoy, ha sido un día extraño. He experimentado las diversas formas de sudor. Me he levantado tarde. Llegaba muy tarde al trabajo. He subido al metro corriendo. Las puertas cerraban a mi paso. Casi me pellizcan el culo. Dentro hacía frío. Yo estaba sudado completamente. Me moría de frío y calor. Piel de gallina. Sobacos húmedos. He llegado al curro y me daba la sensación de que yo solo perfumaba la sala. Un olor de animal. Animal acorralado. Asustado porque sabe que el próximo en entrar al camión que lo lleva al matadero es él. Me he sentado delante del ordenador. Justo cuando estaba a punto de empezar...zassss. Apagón general. Mierda. Hoy llega el mierda de subdirección a revisar los últimos trabajos. Vuelvo a sudar como una bestia. Me estoy muriendo de calor. Me falta el aire. Abro la ventana. Pero es agosto... solo entra el sol.

Al final vuelve la luz. Podemos continuar. Ya está. El mierda lo ha aprobado todo. Podemos relajarnos. Luego, a hora de comer, me voy al bar de abajo. Quiero comerrr. Pero hoy no está la chica morena. Esa que se sienta siempre en la última mesa. Al fondo, al lado de la ventana. Se sienta allí y lee. No responde ni al teléfono. La gente suele girarse para echarle una mirada de desacuerdo. Ella pasa. Sigue leyendo. Pero justo cuando creo que ya no la veo... entra. Pasa por mi lado. Y sin darnos cuenta nuestras miradas se cruzan. Es un segundo eterno. Miradas de fascinación. De esas que te quedas bobo y pareces un niño de cinco años delante de un pastel enorme. Sin que nadie lo vea. Pero pestañeé. Y ella abajó la mirada. Esta vez no se sienta en la mesa de siempre. No puede. Hay un viejo mugriento fumando un puro. Ella se da la vuelta y se sienta delante de mi. No me pide ni permiso ni un simple “te importa?”. Se sienta. Me mira. Se apoya al respaldo y sonríe. Maliciosamente. Empiezo a sudar. Nuevamente. Mierda no. Que ya apesto bastante. La ahuyentaré. Pero no. Decide quedarse. Saca su libro del bolso. Me mira. Abaja la cabeza y empieza a leer. En voz alta. Pero solo la oigo yo. Esta susurrándome poesía. No se como. Solo se que de repente empezamos a hablar. Comentando el libro terminamos saliendo del bar juntos. Llega la hora de decir adiós. Nos damos dos besos. Pero no se como. Una tensión extraña me hace quedarme quieto. Un segundo. No me doy cuenta de que ella también se ha quedado allí hasta que de repente nos besamos.

Vuelvo a sudar. Tengo miedo. Me he hecho una idea ya de ella. No se si quiero saber como es realmente. Pero mientras pienso en eso y en el sudor amargo que me baja por la frente me doy cuenta de que estamos delante de una puerta. Abre. Es su casa. Repleta de retratos. Hombres anónimos. Seguimos andando. El pasillo es interminable. De repente veo una cara que me suena. Soy yo. La miro atónito. Ella me sonríe. Que sonrisa más pícara tiene la niña. Me alarga la mano y la cojo. Entramos en otra habitación. Otro mundo. Lleno de libros. Un colchón al fondo. En el suelo. Sábanas blancas. Como en las películas. La ventana abierta. Entra una brisa marina que me despierta. Me devuelve al mundo. La miro. Me acerco. La cojo de la nuca. La beso. Siento que casi me ahogo. Me vuelvo loco. Empiezo a quitarle la ropa. Se queja de mis arañazos. Paro. Me aprieta contra ella con fuerza. Me ahoga. Me vuelve loco. Me tira hacia atrás. Vuelvo con energía. La cojo. La subo. La penetro. Ahhh... Resuenan sus susurros por las paredes. Estoy sudando. Me muero de calor. Pero no quiero parar. Me agarra. Me da un toque para que vuelva a la tierra. Me doy cuenta de que no estoy soñando. Lo estoy haciendo con la chica del bar. La que siempre se sienta en la última mesa. Al fondo. Junto a la ventana. La que devora libros. Y pasa del móvil. La que me ha mirado. Ella.
Terminamos tumbados en el suelo. El contraste del frío del parquet me hace dar cuenta de que estoy empapado. Y que me muero por dentro. Me pone. La volvería a coger si me quedaran fuerzas. Pero no puedo. Ante todo soy humano. Más veces no podemos hacerlo. Vuelvo a sudar. Me siento como si hubiese ingerido tabasco puro. Estoy ardiendo. La miro... pfff. Voy a morir. Pero la vuelvo a coger.

Llego al curro. Tarde. Tres horas tarde. No tengo excusa. Viene el jefe. Me pregunta si me encuentro bien. Le respondo que no mucho. Por mentir... el ha empezado. Me tiemblan las rodillas. Sudo. Esta vez soy una gallina. Que hubiese ocurrido si le hubiese dicho que me he tirado a una chica morena impresionante. De esas que no hablan porque adoran el silencio. Y que se las ingenian para que sin hablar sepas lo que quieren. Habrían dejado de meterse conmigo por no tener pareja. Pero yo me callo. El jefe se va. Me ha visto muy pájaro y me ha dicho que me tome unos días libres. Me voy.

Llego a casa y no paro de pensar en ella. Me cambio y salgo a correr. Que la mente descante hasta que el cuerpo aguante. Me duele todo. Cuando salgo a la calle el sol pega con todas sus fuerzas. Son las cinco de la tarde de un día de agosto. Me dirijo al puerto. Corro. No pienso. Siento el aire cortarse en mi cara. Mis mejillas van al galope de mis pies. Parece que tenga flanes en la cara. Siento como una gota de sudor empieza a caerme por la frente. La camiseta empapada. Pero no me siento guarro. Eso no es sudor. Son preocupaciones que se desvanecen. Se evaporan. No quedará ni rastro de ellas en cuanto me meta en la ducha. Llego a la orilla del mar. Dios. Cómo puede ser tan relajante. El mar. Un charco de agua salada. Enorme. El agua salada une pueblos. Países. Continentes. No nos separa. Nos une. Podemos cruzarla.

De vuelta a casa. Tengo ganas de llegar. Me meto por unos callejones del Borne. Así llegaré antes. Justo cuando estoy llegando a casa… mierda. Unos chicos con navajas y vete a saber qué más me paran. “Dame la cartera o te rajo”. Imbécil. Vengo de correr. No llevo cartera. Empiezo a sudar. Ellos quieren dinero. Yo no tengo. Me matan. Y si no lo hacen me muero yo del susto. Uno me da un empujón. Le digo que no hacía falta. El otro me coge por la espalda y me aguanta. Empiezan a darme ostias. Puñetazos. Estoy sudando de miedo. Siento como me parten el labio. Me escuece. Pero no puedo pensar mucho en el dolor. Luego me duele el ojo. Se me está hinchando. Perderé el ojo. Me quedaré ciego. Intento no pensar. Estoy en el suelo. Acurrucado. Como el feto que algún día fui. Me dan tantos golpes y patadas que ya no noto nada. Después de la segunda costilla rota soy inmune.

Vuelvo a casa. Arrastrando los pies. Aguantándome las costillas. Intentando no desplomarle. Abro. Me meto en la ducha. Si. Ahora se irá el sudor con sabor a preocupaciones. La sangre. Soy un pringado. Agua fría. Ahhhh… Me siento. No tengo fuerzas. Me cae el agua encima. Estoy desnudo. Indefenso. Ya no sudo. Ahora tiemblo. Me he ido a correr. Me han atracado. Pero no me la quito de la cabeza. Quiero verla. Oler su piel. Huele a bebé. A sal. Arena. A tardes de playa. Quiero verla. Me meto en la cama. Quiero dormir. No puedo. Me levanto. Como algo. No puedo.

Salgo de casa. Me siento poseído. No se a donde voy. Voy a paso ligero. Tengo prisa. No se a donde voy. El pulso se me acelera. No puedo respirar. Me falta el aire. Me ahogo. Sudo. Los ojos se me van. Sigo andando. Siento que mis ojeras se hunden. Se oscurecen. Mis ojos se enrojecen. Las piernas me tiemblan. No aguantaré. Tengo que parar. Estoy delante de una puerta. Poseído. Algo me impulsa a llamar al timbre. No hay nadie. Nadie me abre. No puedo moverme de ahí. Quiero verla. Necesito verla. Necesito terminar el día bien. Siento unos pasos. El cerrojo se mueve. Abren la puerta. Estoy sudando. Y si no quiere verme. Y si me he equivocado de casa. Y si está con otro… Abre la puerta. Me mira. Sus pupilas se dilatan. Doy pena. Asco. Se me acerca. Como si estuviera poseída. Me coge de la cara. Me mira. Me examina. Sus ojos me preguntan. Empiezo a llorar.

Me tumbo en su cama de sábanas blancas. Huelen a ella. Me cura las heridas con un algodón y algo que escuece. Alcohol. Me escuece. Me pica. Me cura. Me da un beso en la frente. Mi anestesia. Me trae un vaso de vino tinto. Me lo bebo de un trago. Me como el bocadillo que me ha preparado. Me sienta bien. Hablamos. Del mundo. Del tiempo. Del sexo de los ángeles. De nada y de todo. Filosofando. Caricia tras caricia. Sale el sol. Se ha quedado dormida en mi pecho. Me agarra. Estoy pillado. Nunca me soltaré. Sale el sol. Es mañana, pero aún es hoy. Hoy es ayer. He sudado. Seguro que aún me quedan formas de sudor por descubrir. Espero que tarden. Por si acaso me compraré un buen desodorante. Apto para apagones, contra barriobajeros, antinervios. El sudor. Me ha llevado hasta ella. No puedo más. Me vence el cansancio. Me duermo.

3 comentarios:

yrun dijo...

Te falta un perfume para despistar el sudor ;P

Besiiiiiitos pitufeta! no t'he vist este renaixement! :(

josé luis miranda santos dijo...

ay deu meu, quant de sexe per totarreu! és broma, et vaig dir que et faria un comentari, però ja saps que sóc fan del teu blog i no tinc crítiques a fer. Si l'Ana del corso m'envia els mails us enviaré a tots les fotos de l'últim dia, encara que tu no sortis (snif).

Anna dijo...

Jajaja!lo del perfume sería ya muy típico! el macho iberico no usa!jajjajaaja! es coña!
en cuanto al sexo... mmm si hay sexo en mis cuentos, pero es que la vida está llena de sexo. Mires donde mires... existimos gracias al sexo.. y sin sexo morimos. Da alegría... ganas de vivir... etc. Es bueno para la piel y rejuvenece, y seguro que aún hay más!!!! menos mal que tengo 1 fan!!!!jajajja.
besitos a los dos!!!!!!

Vive como si tuvieras que morir mañana, piensa como si nunca tuvieras que morir.
La gente suele preguntar, ¿por qué te dedicas a perder el tiempo? muy simple, no pierdo nada que no sea mío.